El protagonista de la historia sube al escenario con un objetivo en mente: atrapar la atención del lector desde el momento en que comienza la historia.

Esto se consigue, como todos sabemos, cuando, desde el inicio del relato, se establece un vínculo emocional entre el lector y el protagonista. Recordamos aquellas historias y personajes que, por alguna razón, nos conmovieron. Es posible que nuestros actores hayan experimentado sucesos terribles, pero si no conseguimos que el lector conecte con lo que sienten, el espectador se levantará de la butaca antes de que caiga el telón.

Las emociones, como todo lo que ocurre en una obra de ficción, se construyen con palabras. Es una tarea particularmente compleja, porque, a menudo, plasmamos sensaciones que jamás hemos experimentado. Podemos investigar, conversar con personas que sí lo han hecho e intentar que nuestros personajes constituyan un reflejo de aquello que otros sintieron e hicieron, pero siempre corremos el riesgo de que no resulte creíble e intenso.

Vamos a construir una emoción para que entendáis cómo hacerlo. He escogido el pánico porque lo he vivido y me resultará más sencillo plantear el ejercicio con base en mi experiencia, así que ¡vamos a ello!

# De lo abstracto a lo concreto

Las emociones, como ya escribí en alguna otra ocasión, son abstractas. Pensar en el pánico, por ejemplo, puede bloquearnos de entrada. Hay muchas situaciones que pueden producirnos una sensación de terror intenso y las sensaciones que experimentaremos serán distintas en función de la amenaza que lo haya provocado. No es lo mismo que te agredan en un callejón, que recibir la noticia de que alguien ha muerto

La construcción de las emociones dependerá de la causa que las haya generado

# El primer paso

Para construir una emoción tenemos que reducir el término abstracto a cuestiones concretas, que podamos tocar y palpar. En lo que se refiere al personaje, identificaremos los sentimientos que experimenta (en los planos físico, emocional e intelectual) y las conductas concretas que realiza cuando la emoción que intentamos plasmar lo domina.

Mi marido murió hace tres años. Le diagnosticaron un cáncer de forma totalmente inesperada. Durante un año y medio, el pánico se instaló en mi día a día. Fue un terror profundo y sostenido en el tiempo, que voy a intentar construir.

Qué sentí y cómo se manifestó en mi conducta

# Pérdida de control, bloqueo, sensación de irrealidad

Cuando sientes que la situación que experimentas escapa a tu control, experimentas un bloqueo. Una sensación de irrealidad. Tu entorno se desdibuja. Todo lo que era importante ahora es nimio y te preguntas: ¿cómo es posible que esto me hubiera preocupado?

# Cambios en la escala de valores

Miras a las personas cuando discuten y sientes cierto menosprecio: ¿cómo pueden estar discutiendo por esto? Tu escala de valores se modifica de forma radical.

# Alteraciones físicas

Empiezas a dormir mal, mejor dicho, a no dormir en absoluto. Físicamente, te descuidas, porque tu mente concentra tus energías en adaptarse a la nueva situación.

No puedes pensar en otra cosa que no sea en la enfermedad. Cuando miras a alguien, cuando conversas con alguna persona, se nota que no estás concentrado en lo que dice. Tienes un aire distraído, no consigues conectar con otras personas, porque sientes que tú estás en un lado y el mundo entero está en otro.

Sientes el apoyo de amigos y familiares, pero experimentas una profunda soledad.

La ansiedad que experimentas resulta extrema, tanto, que resulta imposible controlarla ni siquiera con ayuda de medicación. Sientes palpitaciones en la yugular, visión doble, dolores de cabeza muy intensos, dolores musculares, imposibilidad a la hora de concentrarte, desinterés por todo lo que te rodea, incapacidad para realizar cualquier tarea intelectual, dificultad para memorizar hasta cuestiones intrascendentes, olvidos continuos, hormigueo en manos y piernas, sensación de que el estómago se contrae, mareos, náuseas, escalofríos, sofocos…

Sientes dificultad para relacionarte con los demás. Te molestan las expresiones de alegría y de felicidad en otras personas. Sientes que eso se ha terminado para ti. Cuando comunicas la noticia, visualizas la compasión en los demás, la lástima, y esto te enfada. Necesitas que alguien te diga que todo saldrá bien.

Recuerdo que sentía una ira enorme, un enfado colosal. Cuando estaba sola gritaba y golpeaba las almohadas. Tengo animales, así que en el suelo siempre hay todo tipo de trastos. Recuerdo que daba patadas a todo.

# Reacciones emocionales

Cualquier noticia sobre el tema, por absurda que sea y aunque no provenga de fuentes fidedignas, te sume en la depresión y te genera ansiedad. Si al momento, alguien te ofrece esperanza, sientes un alivio extraordinario que se diluye cuando regresas a la realidad. Cualquier gesto de un médico, cualquier palabra hace que tu mente desate todo tipo de elucubraciones sobre su significado. En un momento ves claro que todo irá bien y diez minutos después piensas que todo saldrá mal. En el plano emocional te sientes inestable.

El miedo es abrumador y constante. Las pesadillas son vívidas, extraordinariamente reales. Cuando operaron a mi marido soñé que él andaba por la casa con un enorme boquete en la tripa. Andaba por la casa con la vía y el goteo conectados y hablaba sin parar sobre cosas intrascendentes. Recuerdo que, en mi sueño, me asustaba su aspecto cadavérico.

También olía a flores. Era algo que me sucedía continuamente. La psicóloga me dijo que era algo habitual. Esta sensación proviene de la memoria que guardamos sobre los entierros a los que asistimos a lo largo de nuestra vida. Tememos que llegue la hora de la muerte, pero en lugar de visualizar el funeral, el inconsciente nos trae el aroma de las flores.

Durante todo aquel tiempo tuve terror a la oscuridad. Cuando mi marido estaba ingresado, cosa que sucedía a menudo, dormía con la luz encendida. Sentía impotencia. Tampoco encontraba consuelo en nada.

Soy una persona asertiva, así que intentaba encontrar la forma de encontrarme mejor para afrontar lo que estuviera por venir, pero nada me proporcionaba alivio. Todo mi esfuerzo iba encaminado a practicar la simulación. Coleccionaba palabras de ánimo y consuelo para ofrecérselas cuando las necesitara y anticipaba noticias nefastas cuando visitábamos al oncólogo para tener preparado un argumento que, en caso de que sucediera lo peor, le demostrara que quedaban muchas cosas por hacer.

Cuando anochecía en el hospital sentía la presencia de la muerte. Era una sensación extraordinariamente real. Tenía la impresión de que había algo malo en la habitación. Los médicos me dijeron que todo era normal.

Otra sensación que experimenté en algunas ocasiones es la despersonalización. Sentía que mi mente estaba separada de mi cuerpo. Por las noches me daba la impresión de que mi cerebro estaba situado en un plano elevado respecto al resto de mi cuerpo. Todo aquello era normal, es propio del estado de shock en el que me encontraba.

Tenía, también, la impresión de que mi vida se había detenido y de que no podría retomarla hasta que todo aquello sucediera, para bien o para mal. Los médicos nos decíamos que viviéramos el día a día y me resultaba imposible. Resultaba muy extraño pensar que aquello no era una pausa, algo que pasaría y que nos permitiría continuar con nuestra vida sin más. Aquello era la vida que tendríamos que vivir.

Mi mente y mi cuerpo intentaban adaptarse. Tenía que reconciliarme con la idea de que mi marido, probablemente, moriría, y que podría ser más temprano que tarde. Mi reacción cuando tomé conciencia de esto fue dejarlo todo a un lado y centrarme en aprovechar el tiempo que pasaríamos juntos. No se trataba de esperar la muerte sino de vivir cada día hasta el último. Y eso tratábamos de hacer en la medida de nuestras posibilidades. Pero en ningún momento dejé de llorar.

Me ocurría a menudo que se desbordaban mis emociones. No lograba contener el llanto en público, ni siquiera, durante las reuniones de trabajo que manteníamos con terceras personas.

Sentía el peso de una losa sobre mi espalda. Lo sentía de modo muy real. Caminaba, incluso, encorvada, me costaba mantener la postura erguida.

Tenía, además, muchísimo sueño. Me sentía agotada, extenuada. Llegó un momento en que no tenía fuerzas ni siquiera para comer y dejé de hacerlo. Sin embargo, en otros momentos, la sensación de angustia era tal que engullía hasta, posteriormente, vomitar.

Vislumbraba un túnel y me imaginaba transitando por él. Imaginaba, al fondo, un punto de luz, muy, muy lejano. En ocasiones, visualizaba que ambos salíamos cogidos de la mano y que nos cegaba la luz, en otras, yo salía sola.

Durante un año y medio fui incapaz de hacer planes. De ninguna clase. Me proponían algo y yo decía… ya veremos. Sentía una tristeza infinita, que se reflejaba en mi mirada perdida, en la manera como respiraba, en despreocupación que experimentaba hacia mi entorno. Solo me consolaban los abrazos. Abrazar es clave para neutralizar el pánico. El amor es lo único que convierte el pánico en una sensación casi placentera, en una impresión de comunicación auténtica con otros seres humanos.

En un momento dado, dejé de coleccionar palabras. Cuando ya no tenían sentido, solo quedaron los abrazos y, al final, cierta impresión de paz.

Esta es mi visión particular, profundamente íntima y personal del pánico, un sentimiento que he intentado representar en sensaciones, emociones y conductas concretas. Espero que te resulten útiles si en algún momento dado, alguno de tus personajes tiene que afrontar una situación así.

¿Y tú? ¿Has sentido pánico alguna vez? ¿Cómo lo construirías?

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