Ningún relato se sostiene sin una dosis adecuada de tensión. La intriga, el suspense, el misterio, el miedo y el desconcierto hacia lo que está por venir son los elementos que, en mayor medida, contribuyen a mantener la atención del lector hacia la situación que se presenta.

Es muy posible que la historia que planteas resulte interesante, por ejemplo, por la preocupación, e incluso angustia, que nos genera el tema que se trata: la degradación medioambiental, el drama de la inmigración, la desaparición de niños robados por traficantes de personas, la violencia de género, etcétera.

El atractivo del tema supone, sin duda, una motivación hacia la lectura, pero no mantendrá al lector atento desde el inicio al desenlace. Para que esto suceda necesitas un buen grado de incertidumbre, sea cual sea el tipo de historia que cuentes. Y, sobre todo, necesitas alguien en quien el lector pueda centrar su atención: de eso se encargará el protagonista. Recuerda que, lo que realmente le interesa, no es lo que pueda pasar, sino lo que pueda sucederle a él.

Dispones de un amplio abanico de estrategias a las que podrás recurrir para generar tensión y mantenerla cuanto sea necesario, así que dedicaremos varias semanas a este tema, para abordarlo en profundidad.

Algunas ideas clave

Coincido con Mateo Coronado (Escribir, crear, contar) en su afirmación de que el sufrimiento del protagonista está directamente relacionado y es directamente proporcional al grado de satisfacción que el lector experimenta durante la lectura: aquí podríamos aplicar sin equivocarnos la premisa del cuanto peor, mejor. Cuanto más sufra el personaje principal para cumplir sus objetivos más disfrutaremos; cuanto más ambiciosas sean sus metas y más peligro encierren, muchísimo mejor.

Sin perder verosimilitud, es importante que te plantees cómo puedes conseguir que la situación que atraviesa el héroe o la heroína empeore. Cuánto mayores sean sus posibilidades de fracasar más atractiva resultará la historia.

Juega, también, con las resistencias que puedan provocar aquellos que conforman su círculo de influencia. ¡Que se lo pongan difícil!, ¡que lo dejen solo ante el peligro! Cuantos menos apoyos tenga, mejor: sentiremos mayor grado de empatía hacia un personaje que no reciba apoyos para su causa, que se siente abandonado por los suyos. En algún momento de nuestras vidas hemos afrontado alguna situación en la que nos han faltado apoyos con los que contábamos, ¿verdad? Es algo que llama poderosamente la atención.

Ahora, aclaremos conceptos: ¿A qué llamamos tensión y cómo se construye? Lo iremos viendo paso a paso durante algunas semanas.

¿A qué llamamos tensión?

La Real Academia de la lengua Española define la tensión como un estado anímico de excitación, impaciencia, esfuerzo o exaltación. La incertidumbre que genera la falta de resolución de una situación determinada nos genera ansiedad. Como escritores, tenemos que dosificar la información que proporcionamos al lector para controlar el grado de ansiedad/tensión que deseamos que experimente en cada momento.

La curva dramática

Si estamos escribiendo un relato extenso, como una novela, la curva dramática deberá establecerse en cada capítulo. Es posible que, en algunos casos, nos interese que el punto álgido de tensión se alcance en el nudo del mismo, en otros, puede que resulte conveniente que el máximo grado se alcance al final. También es posible que, en momentos concretos, consideremos oportuno que la incertidumbre se mantenga durante todo el episodio, pero, en un momento dado, tendremos que proporcionar al lector un respiro.

En cada capítulo dosificaremos la información para que la tensión crezca o decrezca según nuestros objetivos.

Si se trata de un relato breve, por ejemplo, un cuento, la curva dramática será ascendiente desde el inicio hasta el desenlace, la incertidumbre que el lector experimenta deberá mantenerse en un punto álgido hasta el final, que, a su vez, deberá resultar sorprendente, inesperado.

Imaginemos la siguiente situación…

Pensemos en la cadena de acontecimientos que conducen a la resolución de un crimen, en los indicios que posibilitan la consecución de una pista. Veamos cómo modularíamos el grado de tensión que experimenta el lector en una situación así.

La clave para mantener la atención del lector radica en la información que, de entrada, ocultamos, con la finalidad de que sienta que tiene algunas piezas del rompecabezas, pero que está incompleto. Experimenta ansiedad porque, con los datos que posee, no es capaz de aventurar la realidad que se le presenta fragmentada.

Aumentaremos el grado de incertidumbre que experimenta, proporcionándole algunas piezas más en forma de datos clave; datos que le permitirán establecer una hipótesis sobre lo que acontece. Empezamos a desvelar información, pero solo en parte, en momentos muy concretos.  En un momento dado, le proporcionaremos una pieza clave que le permitirá confirmar o descartar la hipótesis que había establecido inicialmente: en la zona inferior izquierda, las piezas del rompecabezas me permiten visualizar un lago, pero nada más. Como lector, me siento satisfecho porque el protagonista experimenta un progreso, un avance en su investigación.

Este avance puede proporcionarme una satisfacción momentánea, pero ahí está el escritor para establecer un giro en el desarrollo de los acontecimientos. Una vuelta de tuerca que arrastrará al protagonista hacia otros derroteros que, a su vez, le permitirán descubrir nuevos indicios.

En un momento dado, deberemos desvelar por completo esa parte del misterio. El lector podrá decir: en efecto, ahora veo que su hermano no pudo cometer el crimen.

Y serán necesarias nuevas evidencias que faciliten el planteamiento de nuevas hipótesis que, a su vez, nos permitan establecer conclusiones y continuar avanzando…

Pero, si el hermano no ha cometido el crimen, una posibilidad es que lo haya asesinado su esposa. No me cuadra. ¿Qué evidencias tengo? ¿Se sostiene esta hipótesis? ¿Podría haber tenido un móvil, un motivo? ¿Me han dado alguna pista, algún indicio que me haya pasado desapercibido?

El concepto de tensión dramática

Es importante diferenciar la tensión dramática de otro tipo de sensaciones. Llamamos tensión dramática al desasosiego que experimentamos cuando el protagonista del relato afronta obstáculos que le dificultan el logro de sus propósitos. El personaje actúa y sus acciones se encaminan a conseguir una meta. Como lectores, somos testigos del recorrido, que va cobrando sentido a medida que avanza la historia. Nos podemos preguntar por qué ha sucedido esto, qué lo ha causado, cuáles serán sus consecuencias, cómo ha podido suceder, qué significa esto… Nos preguntamos que ocurrirá como resultado de cierta confrontación, nos inquieta averiguar qué ocurrirá a continuación.

La tensión dramática es clave para conseguir la atención del lector, y es la que aporta dinamismo a la narración. Podemos forzar que nuestros personajes deambulen continuamente sobre el escenario, que se muevan contrarreloj, que viajen por todo el mundo para resolver un misterio; pero si solo hacen esto, el ritmo interno del relato será lento por mucha impresión de dinamismo que produzca la lectura. La tensión dramática se define por los pasos clave que da el protagonista para avanzar, sin pausa, hacia la consecución de sus metas.

En el caso de la tensión dramática, el lector solo experimenta alivio al continuar leyendo, de ahí que resulte clave dosificar con acierto la información para generar expectativas, que deberán cumplirse. Para que esto suceda, el desarrollo de los acontecimientos deberá obedecer al principio de causalidad. Nada sucede por casualidad ni por azar.

En una novela romántica, por ejemplo, la atención del lector se consigue cuando, entre los personajes, existe una tensión sexual no resuelta y, también, cuando anticipamos la unión entre los actores que la protagonizan.

Tensión, misterio y peligro

Cuando acompañamos al personaje protagonista durante el proceso de resolución de un crimen experimentamos, sobre todo, intriga; es una sensación que tiene que ver con el deseo de saber qué fue lo que realmente ocurrió. Pero hay otra clase de tensión que conecta directamente con emociones primarias. Una tensión que es, si cabe, más poderosa y que surge cuando algo o alguien amenaza la existencia del protagonista (nuestra existencia), porque le suceden cosas que bien nos podrían ocurrir.  Es un tipo de tensión que no despierta nuestra curiosidad sobre lo que ocurrió, sentimos intriga pero, sobre todo, miedo.

No hay nada que nos asuste más que no tener el control sobre determinadas circunstancias: no tenemos el control sobre la vida y la muerte, sobre el daño que nos pueden provocar agentes externos (personas, organizaciones criminales, fenómenos de la naturaleza…), sobre situaciones que no alcanzamos a comprender ni podemos controlar (fenómenos paranormales).

Podemos tomar decisiones que nos permitan paliar los efectos de una agresión o neutralizarlos, puede que quizá no lo consigamos y que nuestro propósito se centre en aceptar lo que está por venir.

El futuro es, para todos, incierto y, por este motivo, nos sentimos especialmente atraídos por aquellos personajes que afrontan situaciones que tememos y que esperamos no tener que afrontar jamás: una enfermedad grave, la muerte de un hijo, un conflicto armado, un fenómeno paranormal… todo aquello que constituya una amenaza para nuestra existencia física o para nuestra dimensión espiritual.

La semana que viene abordaremos estrategias que nos permitirán hacer de la tensión un ente denso, tangible, palpable. Algo que podamos, incluso, masticar.  En algunos casos, las particularidades de la voz narrativa, su modulación, resultan esenciales a la hora de crear tensión y mantenerla.

Pronto lo veremos, pero, mientras tanto, no olvides mirar debajo de la cama antes de acostarte. Quizá algo oscuro, algo dañino, particularmente odioso, haya decidido que te ha llegado el momento de sufrir.

Qué mal rollo…

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