Existen manuales para casi todo. Puedes ejercitar los abdominales, la memoria, la escritura, la resolución de ecuaciones, el dibujo de la figura humana… y la imaginación, por supuesto, que también se entrena con la práctica.
Para componer un buen escrito necesitamos dos componentes: conocimientos técnicos sobre narrativa y grandes dosis de imaginación. Si buscamos en internet comprobaremos que existen decenas de manuales que nos explican cómo escribir un relato, pero no hay tantos que nos enseñen cómo contar una historia de forma original, insólita, inusual, única, extraordinariamente personal.
La respuesta la tienes ahí mismo. Frente a ti, a tu lado, debajo de la almohada, sobre la repisa de la chimenea. La respuesta está en nuestra capacidad para percibir lo cotidiano y transformarlo de forma que resulte visible para el lector, singularmente tangible.
Juan José Millas habla del aparato imaginario, de esa musculatura invisible que a todo escritor conviene mantener en forma, y nos proporciona algunas ideas para ejercitarla.
# Extrañarse para que la realidad adquiera significado
«Te levantas con tus rutinas pegadas a las lumbares, pero hay una inquietud: algo falta, algo sobra. Podría ser una figurita de porcelana que durante cuarenta años (regalo de bodas) ha presidido una estantería de la casa de tus padres y que tu madre, una mañana, después de mirarla con atención durante unos minutos, ha tirado a la basura, oculta entre las cáscaras de las naranjas, al descubrir por fin cuánto la detestaba».
Observa la realidad de forma que percibas lo cotidiano como algo extraordinario, profundamente revelador. En este momento, por ejemplo, presto atención a la camarera, que friega los cacharros mientras me tomo un café y escribo este artículo. Hace años que la conozco, pero me había pasado desapercibida la forma como coloca las cucharitas sobre los platillos y las tazas de café. Noto cierta violencia contenida en el tintineo metálico que provocan sus gestos. Una resonancia abrupta, contundente, que constituye el reflejo de un enfado, una decepción, un motivo de tristeza, una muerte…
No había prestado atención a su sonrisa, que hoy me parece fingida, ni a sus cejas burdamente perfiladas. Quizá siempre sonríe así y yo no me había percatado. Mientras coloca la cucharilla sobre el platito practica la esperanza en forma de sueños venideros. Practica la esperanza y la indiferencia. Al menos, eso imagino yo.
Hace años que me sirve el café y no había caído en la cuenta de que ni siquiera conozco su nombre. Ahora mismo se lo pregunto…
Carmen, se llama Carmen. Prometo que jamás lo olvidaré.
# Practica el extrañamiento
Tienes que conseguir que el lector perciba como extraño algo que, hasta ese momento, le había resultado familiar.
Ana Haro, escritora, rescata un fragmento de la novela autobiográfica El mundo, con la que Juan José Millás obtuvo el Premio Nacional de Narrativa en 2007.
En dicho fragmento el autor nos hace partícipes de ese extrañamiento, de la forma como un hecho cotidiano se presenta ante nuestros ojos de forma que cobra un nuevo significado.
«Recuerdo el tacto de las sábanas, heladas como mortajas, al introducirme entre ellas con mi sesenta por ciento de esqueleto, mi treinta o cuarenta por ciento de carne y mi cinco por ciento de pijama. Recuerdo la frialdad de las cucharas y de los tenedores hasta que se templaban al contacto con las manos. Recuerdo la insensibilidad de los pies, que parecían dos prótesis de hielo colocadas al final de las piernas. Recuerdo los sabañones, Dios Santo, que se ponían a picar en medio de la clase de francés o de matemáticas, y recuerdo que si caías en la tentación de rascártelos sentías un alivio inmediato, pero en seguida respondían al estímulo multiplicando la sensación de prurito. Recuerdo que aprendí esta palabra, prurito, a una edad absurda, de leerla en los prospectos de aquellas cremas que no servían para nada. Recuerdo sobre todo que el frío no venía de ningún lugar, por lo que tampoco había forma de detenerlo. Formaba parte de la atmósfera, de la vida, porque la condición de la existencia era la frialdad como la de la noche es la oscuridad. Estaba frío el suelo, el techo, el pasamanos de la escalera, estaban frías las paredes, estaba frío el colchón, estaban fríos los hierros de la cama, estaba helado el borde de la taza del retrete y el grifo del lavabo, con frecuencia estaban heladas las caricias. Aquel frío de entonces es el mismo que hoy, pese a la calefacción, asoma algunos días del invierno y hace saltar por los aires el registro de la memoria. Si se ha tenido frío de niño, se tendrá frío el resto de la vida».
A veces, una palabra que pronunciamos cada día, de pronto, nos resulta extraña, chocante. Es como si esa combinación de letras que representan sonidos cobrara en nuestro cerebro un significado especial. Seguro que te ha ocurrido alguna vez.
En ocasiones, ese extrañamiento se produce de forma natural. Pero, a veces, de hecho, la mayoría, hay que correr a su encuentro para mantener activo ese músculo invisible, ese aparato que denominamos imaginación y que constituye el motor de las grandes historias.
Ana Haro (2018): El aparato imaginario. En: https://menorca.info/opinion/firmas-del-dia/2018/06/26/632963/millas-aparato-imaginario.html