Un relato proporciona una experiencia de lectura positiva cuando la descripción, el discurso narrativizado (explicativo u orientado a la acción), el discurso directo (diálogo) y el indirecto aparecen equilibrados. En el contexto de la escena, cada una de estas formas del discurso tiene su espacio preferente porque las utilizamos con intenciones distintas. Veamos, a continuación, algunos ejemplos.
# Descripción
Cuando pretendemos que el lector construya en su mente una imagen mental del escenario donde transcurren los acontecimientos, recurriremos a la descripción. Esta forma del discurso resulta imprescindible para configurar el espacio psicológico, es decir, propiciar que, durante la lectura, los lectores experimenten sensaciones similares a las del protagonista.
En el contexto de la escena, la pausa es el espacio que corresponde a la descripción. ¿Por qué? Porque, como su nombre indica, detiene la acción. Una mujer sale de su casa y corre hacia la parada del autobús: alguien se ha llevado a su hija pequeña. Gesticula para llamar la atención del conductor, que no se ha percatado de sus esfuerzos y ha iniciado la marcha. La mujer corre para intentar darle alcance, pero no lo consigue. Entonces, cruza la avenida y se dirige, corriendo, a la comisaría del ayuntamiento…
En este momento, hemos conseguido llamar la atención del lector, que imagina a una mujer desesperada por encontrar a su hija. Es un momento dinámico, el ritmo interno del relato es acelerado. Podemos continuar así un tiempo, pero el lector pronto necesitará un descanso, porque este tipo de narración genera fatiga, así que suspenderemos momentáneamente la acción e introduciremos una pausa: es el momento de la descripción. La pausa tiene que ser breve, porque detiene la narración y el ritmo se ralentiza, pero es necesaria para proporcionar al lector la información ambiental que necesita para imaginar el espacio donde transcurren los hechos.
He creado una escena en la que se distingue claramente el momento en el que se inicia la descripción. Para que resulte evidente, lo destaco en azul:
«Al final, subimos al desván. Decidimos que lo haríamos de madrugada, porque, según contaba la abuela Pura, las apariciones dormían durante el día. Engrasamos la llave, pero no tuvimos que usarla. La puerta, pesada, áspera, carcomida, emitió un chirrío funesto. Asomamos la cabeza con la debida precaución, conteniendo las risas y el aliento. La luz de la luna se colaba a través de los cristales rotos iluminando el deteriorado parqué. Había muchos libros desparramados por el suelo. Libros que lucían como almas descompuestas, que emanaban olores viejos. El polvo había conquistado todo el espacio habitable. El polvo y los ratones muertos. Sus almas de ratón practicaban al piano su sonata dedicada al descanso eterno, justo en el Sol Mayor. Descansaban en la repisa del ventanuco, en los rescoldos fríos de la chimenea de piedra. Reposaban junto un jarrón que lucía, todavía, sus flores muertas. Entonces, la luz del pasillo se encendió. Todos gritamos y huimos despavoridos…»
# Discurso narrativizado (orientado a la acción)
Recurrimos al discurso narrativizado orientado a la acción para mostrar a los personajes actuando sobre el escenario. El relato, en este momento, cobra dinamismo porque hemos reducido al mínimo cualquier tipo de explicación. Cuando narramos, mostramos al lector qué fue lo que pasó.
«Doña Anita se retiró temprano. Articuló una disculpa sincera y se enterró en su habitación. Cerró con llave: dos vueltas. Con cautela infinita, se acercó a la ventana, la cerró y corrió los pesados cortinajes. Se quedó a oscuras; apenas un rayo de luna. Por precaución, miró debajo de la cama rindiendo culto a los temores que habitaron su infancia.
Se descalzó para no hacer ruido y colocó las zapatillas de franela debajo de la mesilla de noche. Después, cogió un taburete silencioso y lo colocó frente al viejo armario de nogal. Se subió y maldijo los estragos que la artritis venía causando en sus articulaciones. A tientas, con cierto reparo por el polvo acumulado y por los bichos que quizá no hubiera, palpó la superficie. En efecto. Había un sobre, justo donde el innombrable había sugerido».
En el contexto de la escena, el espacio idóneo para mostrar aquello que los personajes hacen o dicen es el plano de acción.
# Discurso narrativizado orientado a la explicación
Hay momentos en que resulta más conveniente explicar lo que ocurre que mostrar a los personajes en acción. Combinando descripción, narración y diálogo conseguimos un relato equilibrado. Cuando explicamos lo que ocurre en lugar de mostrar a los personajes en acción, el ritmo interno del relato se ralentiza y, en consecuencia, el lector se aburre si nos excedemos. Veamos un ejemplo. Veréis que, en este caso, el narrador explica al lector lo que ocurrió aquel día…
«Aquel día, doña Anita se retiró temprano a su habitación. Me dio la impresión de que algo extraño le sucedía. Durante la cena, el señor Higgins la había atormentado con sus quejas como habitualmente hacía. La comida, que si está fría. El pudin, que si está soso. Las patatas, insípidas. El cuarto, que parece una nevera…
Nuestra casera se mostraba indiferente ante la crítica, algo que no resultaba en ningún sentido habitual. Le sonreía y asentía ensimismada, con la mirada fija en una vieja mancha de chocolate que dejó su huella indeleble en el papel pintado. Un resto antiguo de algún rescoldo de felicidad memorable, de risas infantiles, de conspiraciones inocuas, de meriendas tardías al amor de la lumbre…».
En el contexto de la escena, el sumario o resumen es el espacio idóneo para este tipo de discurso.
# Discurso directo
El diálogo nos permite observar a los personajes sin que el narrador intervenga. En ocasiones, lo hace mediante incisos cuando nos aporta información que necesitamos para comprender lo que sucede sobre el escenario. Pero su incursión en escena debe ser mínima y resultar imprescindible.
En este contexto, el ritmo interno del relato se acelera. Es importante que los personajes no permanezcan estáticos mientras conversan y que cada uno disponga de un registro lingüístico que le confiera personalidad. Fíjate en el ejemplo que propongo. Lo construiré de dos modos diferentes: en primer lugar, presentaré la conversación que mantiene un matrimonio sin la incursión del narrador. Después, reescribiré el ejemplo para incorporarlo a la escena. Veréis que aporta matices interesantes:
- a) Componemos el diálogo sin la intervención del narrador
—Paco… Paco. ¡Paco! ¡Estás más sordo que una tapia!
—¡Que no estoy sordo! Que estoy pensando en mis cosas…
—Siempre estás pensando en tus cosas. Nunca me escuchas cuando te hablo.
—¿No te has parado a pensar que nunca dices nada interesante? Estoy harto de escuchar las tonterías de tus amigas. Que no las soporto.
—Eres tú, que no hay quien te aguante. ¿Cómo te has vuelto tan soso? Ni tus amigos quieren salir contigo…
—¿A qué viene eso?
—Que no te enteras, que Pedro y Luisito echan la partida cada tarde en el casal. Que no te aguantan, que estás de un humor de perros…
—¡Eso es mentira! Qué mala eres. Antes no eras así. Menuda arpía… ¿Por qué no te vas a la peluquería? ¡Déjame en paz!
—¿Y por qué no lo compruebas tú mismo? Hace un rato que han quedado en el hotel.
—…
—Vete a la porra.
- b) Ahora, incluimos los incisos
—Paco… Paco. ¡Paco! —Marga zarandeó a su marido, que recogía lechugas en el jardín—. ¡Estás más sordo que una tapia!
—¡Que no estoy sordo! Que estoy pensando en mis cosas… —resopló, resignado.
—Siempre estás pensando en tus cosas. —Marga se agachó junto a su marido, escarbando la tierra a su lado—. Nunca me escuchas cuando te hablo.
—¿No te has parado a pensar que nunca dices nada interesante? Estoy harto de escuchar las tonterías de tus amigas. Que no las soporto…—Paco se apoyó en las rodillas de su mujer para incorporarse y ambos perdieron el equilibrio cayendo sobre las tomateras.
—Eres tú, que no hay quien te aguante —masculló Marga, sacudiéndose la tierra de las zapatillas—. ¿Cómo te has vuelto tan soso? Ni tus amigos quieren salir contigo…
—¿A qué viene eso? —Paco permaneció sentado sobre los ajetes recién plantados. Ahora, su mujer había conseguido despertar su atención.
—Que no te enteras… —Mientras hablaba, lo sujetaba por el cuello de la camisa—. Que Pedro y Luisito echan la partida cada tarde en el casal. Que no te aguantan, que estás de un humor de perros…
—¡Eso es mentira! —Paco se levantó con determinación. Con un manotazo alejó a su mujer, que trastabilló—Qué mala eres. Antes no eras así. Menuda arpía… ¿Por qué no te vas a la peluquería? ¡Déjame en paz!
—¿Y por qué no lo compruebas tú mismo? —Marga volvió a la carga. Lo siguió mientras él se alejaba hacia la casa—. Hace un rato que han quedado en el hotel.
—…
—Vete a la porra —susurró, Marga, indiferente, dando por terminada la conversación.
¿Entendéis la diferencia? En el primer caso, la conversación discurre de manera natural, dinámica, pero en el segundo, el narrador nos proporciona información que nos permite visualizar la escena con claridad. En algunas ocasiones resultará más interesante la primera opción y, en otras, la segunda. Dependerá de la contundencia que requiera el mensaje que deseáis transmitir.
# Estilo indirecto
Recurrimos al estilo indirecto cuando queremos contar quien dijo qué. Retomemos el ejemplo anterior adaptándolo a esta forma del discurso. Como veis el narrador toma las riendas del relato:
«Paco le dijo a Marga que estaba más sordo que una tapia. Él resopló resignado y le respondió que no estaba sordo, que estaba pensando en sus cosas. Marga se quejó, argumentando que nunca lo escuchaba cuando le hablaba, a lo que su marido respondió que nunca decía nada interesante, que estaba harto de escuchar las tonterías de sus amigas, que no las soportaba…».
Quiero finalizar este artículo enfatizando que no hay una forma de discurso más interesante que otra; que cada de una de ellas cumple con una función. Son herramientas a la que podéis recurrir para controlar el ritmo interno del relato, para fomentar la incertidumbre, proporcionar información histórica, crear atmósfera o enfatizar la impresión de densidad. Recordad que un buen relato requiere de equilibrio. Es algo que sucede en la escritura y en la vida misma.